Montreal no es una ciudad que se agote en una lista rápida de visitas. Tiene ritmo tranquilo, barrios con identidad propia y suficientes sorpresas como para merecer algo más que una escapada exprés. Lo ideal es contar con entre tres y cinco días para disfrutarla con calma y descubrir lo que la hace diferente.
Con tres días se puede ver lo esencial: pasear por el Viejo Montreal, entrar en la Basílica de Notre-Dame, subir al mirador del Parque Mont-Royal y recorrer las zonas más animadas como Le Plateau o el Boulevard Saint-Laurent. También hay margen para probar su gastronomía, perderse en algún museo y respirar su mezcla de culturas.
Si se tienen cuatro o cinco días, la experiencia cambia. Hay tiempo para visitar el Jardín Botánico, ver el Estadio Olímpico, explorar los mercados como el Jean-Talon, moverse en bici por los carriles urbanos o incluso hacer una escapada corta a los alrededores, como Mont-Saint-Hilaire o Oka.
Montreal no va a mil por hora, y ese es precisamente su encanto. Se disfruta más cuando uno se detiene, observa y se deja llevar. Por eso, si el plan es relajado, cultural y con ganas de probar cosas nuevas, cuatro días saben a poco y cinco suenan a plan perfecto.
En definitiva, Montreal se adapta al tipo de viaje que tengas en mente, pero si se quiere conocer algo más que sus postales, hay que darle tiempo. No para correr, sino para sentirla.